Tras seis días consecutivos de ataques aéreos por parte de Israel, la ciudad de Teherán ha adquirido una apariencia desoladora. En el distrito 3, las calles están prácticamente vacías, el servicio de recolección de basura se ha detenido, y el sonido de explosiones se ha vuelto parte del ambiente cotidiano. La presencia de fuerzas de seguridad es constante, mientras los pocos residentes que se atreven a salir muestran gestos de tensión y desconfianza.
Ayer, uno de los ataques alcanzó las instalaciones de la televisión estatal IRIB, dejando al menos tres muertos. Desde entonces, los movimientos en la zona son mínimos, y los escasos peatones suelen ir cargados de alimentos o pan. La única fila visible en la calle era frente a una panadería.
Ciudad silenciosa y en pausa
En zonas como la calle Valiars y el parque Mellat, conocidos por su actividad social y familiar, reina ahora un silencio inusual. Un café apenas mantiene sus puertas abiertas con un único cliente. “Este es mi lugar habitual. Hoy bajé a tomar algo, aunque la situación no invita”, comenta Ali, un comerciante que planea abandonar la capital junto a sus padres en los próximos días.
Ali se dedica a la importación de perfumes, un sector totalmente paralizado. Reflexiona sobre la incertidumbre que se vive: “Quizás esta noche se firme un alto al fuego, o tal vez esto se prolongue por meses”.
Miedo y evacuación
La tensión se multiplica por las restricciones impuestas por las autoridades, quienes han prohibido grabar o fotografiar en la vía pública. En una conversación con una residente cercana al edificio atacado, la mujer admite sentirse aterrada: “Mi casa está justo al lado de la televisión. Anoche pensé que era el final”.
Las fuerzas de seguridad han incrementado los controles en las calles, solicitando identificaciones y motivos para estar fuera del hogar. A periodistas extranjeros también se les ha advertido que permanezcan en lugares seguros.
Escalada del conflicto
Desde el viernes pasado, Israel ha lanzado una ofensiva aérea intensa sobre distintas regiones de Irán, con un saldo de al menos 232 muertos y cerca de 1.800 heridos, la mayoría civiles. Aunque en los primeros días aún se veía algo de actividad en las calles de Teherán, el temor y la continuidad de los bombardeos han vaciado la ciudad.
La huida hacia el norte se ha intensificado, colapsando la carretera que atraviesa las montañas de Alborz rumbo a la provincia de Mazandarán, tradicional destino de descanso. Pero esta vez no es el calor ni la contaminación lo que impulsa el éxodo, sino los drones, los misiles y la incertidumbre de una guerra que aún no muestra signos de detenerse.